jueves, 11 de noviembre de 2010

El Anillo

Me hablaste sin que hubiera nadie más y yo pensé que era algo tan trivial que no valía la pena escribirlo ni siquiera notarlo. No me preocupé de descifrar la intencionalidad comunicativa. Ingenuamente sonreí, respondí, fue cortés (sin ser con esto amable, dulce, tierna), sino que sólo reaccioné frente a las preguntas.

No me hablaste cuando estaba en grupo, pero querías pertenecer al mío. Un acto de conveniencia fue eso para mí. Tener una aliada frente a desconocidos que no se interesaban por sacarte del anonimato. Cuando me di cuenta no lo transmití, “muchos son estos en la tierra”, me dije.

En la soledad casi absoluta me descubriste, hablaste y hablé, preguntaste y respondí, nada nuevo bajo la escasa luz de los tubos fluorescentes de la biblioteca. Te asombraste de no sé qué ¿de mis manos resecas?, ¿mis uñas sin esmalte?, ¿la palidez de mi piel helada?, ¿el pequeño anillo comprometedor?, ¿mi anillo?

A nadie le ha sorprendido tanto esa joya como a ti. Qué extraño. Y qué extraño sonido tienen los pocos monosílabos que reproduces ahora en mi presencia. ¿Acaso también percibes el dolor que me causa cargar con este pulido metal? Cuánto pesa el recuerdo persistente. A veces desearía tener alergia, alguna excusa para deshacerme un momento del simbolismo obligado.

El anillo austero, apenas centímetros de material precioso se han convertido en la muralla más aislante y efectiva que se haya logrado construir. Debería construirse la joya de Compromiso A Sí Mismo que nos hace más falta. Yo me las rebuscaría por conseguirlo, pero quizás en momentos de necesidad la empeñe y sin tener el dinero para recuperarla, terminaría por perderlo para siempre.

Ahora recuerdo tus preguntas y asombro, ellas se han develado a mí con claridad. Me recuerdo a mi misma en la espontaneidad de mis respuestas casi sin pensar. Rememoro una pareja de jóvenes en una biblioteca que se confesaron y que posteriormente se tradujo en un silencio paulatino.

Hoy, cuando ya casi no me dejo tiempo para cuestionar, no llega a mí ningún sonido. ¿Dónde quedó esa juventud? La risa constante hoy se ha vuelto sonrisa compasiva. He perdido mi esencia al empeñar el anillo valioso y quedarme con el costoso. Ojalá tú sí hayas cumplido, tal vez de improviso te despiertas, también, con el sabor de nuestra imagen juntos.

2 comentarios:

  1. Este poema expresa tan claramente mi idea, que ahora que lo releo me da miedo haberlo publicado

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  2. Sublime...

    Sublime como la Vayadarez.

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