lunes, 12 de julio de 2010

Bajo la piel

Anoche, mientras andaba cerca del metro República, vi a mi amigo que venía acercándose en dirección opuesta a mí. Su caminar era muy diferente al trote habitual. Pese a que lo saludé, él pareció no oírme, así que me acerqué. Una vez cerca, él apenas esboza una sonrisa, me abraza y se desploma.
Junté mis fuerzas para que no nos cayéramos y con mucho cuidado lo tendí en el suelo. Era oscuro y por primera vez en la capital, sentí que no había nadie. Estaba asustada, pero sabía que no lo abandonaría a su suerte. Pensé en bajarlo al metro y que allí alguien me puediera auxiliar. Si fue difícil tenderlo, más fue levantarlo e intentar bajar esas pequeñas escaleras, por suerte alguien me ayudó.
Una vez abajo, me saqué mi chaqueta y se la puse para abrigarlo, yo del susto sentía mucho calor. Empecé a hablarle recién, a rogar que despertara luego porque no sabría que hacer. Tambien oré y rogué con tanta fe que antes que llegara personal a ayudarme, él empezó de a poco a abrir sus ojos. Sentí un gran alivio.
Luego de un momento sin saber qué había pasado, ni por qué estaba ahí, empezó a recordar. Yo permanecí silente, porque había escuchado que cuando la gente vuelve hay que esperar un momento, además estaba muy asustada. Me dijo que no había almorzado y en su U le había dolido la cabeza y habia tomado alguna pastilla.
Después se percató un poco de mí, me abrazó y agradeció que yo haya estado ahí. Yo sólo atiné a decirle que me dio un gran susto, que yo no servía pa esas cosas. Luego, le dije que me esperara que iba a comprarle algo para comer.
Cuando volví le di lo que le había comprado, cosas con mucha azúcar. Me preguntó la hora y se dio cuenta que era realmente tarde. Dijo que estaba atrasado para no sé qué cosa y cuando se estaba despidiendo, le dije que no lo dejaría ir solo. Cómo iba a quedar yo sabiendo que se había desmayado y su casa, por las referencias que él hacía, quedaba a varias estaciones de distancia. Él insistía en que ya le había ayudado suficiente, que no quería ser un problema, pero terminé convenciéndolo y lo fui a dejar.
Al llegar a la casa, la recibida de su mamá se traduce con un gran signo interrogativo y algo de desconfianza. Era una extraña que llegaba con su hijo de noche, mala carta de presentación, pero una vez adentro y conociendo el porqué de mi presencia, me sonrío y se mostró agradecida por lo que había hecho.
Pasó un tiempo en explicar quién era yo y por qué si era su amiga, la madre nunca había oído hablar de mí. Vi mi reloj, eran cerca de las 3:00, ahora yo necesiaría ayuda en llegar a mi casa. Pero la "tía" me dijo que me quedara en su casa y yo tambièn encontré que sería lo mejor.

Ella hizo un recorrido mental por toda su casa sin encontrar dónde podría alojarme. Mientras yo tomaba la mano de mi amigo, le dije: "podemos dormir juntos"...

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